viernes, 22 de enero de 2010

catarsis

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Sentados en el bar decano, escucho a la amable señora que me está hablando. Pone énfasis en el discurso, me cuenta de sus dudas y experiencias vitales. Asumo que se trata de alguien respetable. Ejerce su arte con dedicación y habilidad. Merece atención, por lo tanto, dispongo el gesto ensayado del oyente cordial.
Pero... el arlequín maldito que me asalta desde la profundidad inasible, comienza su juego. E inquiere, burlonamente: ¿ que pasaría si en este exacto instante le arrojáramos a la cara la taza de humeante café. Si la agrediéramos sin razón. Cómo reaccionaría?. ¿ Se atreverá a putearme, frente a la elegante concurrencia ?
Trato de apartar los pensamientos comprometedores, aunque ya las manos revelan un ligero temblor.
El mozo observa. Sus años de experiencia en el trato al público le advierten sobre clientes alborotadores. Noto su mirada de soslayo, midiendo el grado de control que me resta. Servicial, ha traído, junto al café, un plato con masitas y el cenicero. Seguro que recauda más en propinas de lo que su avaro patrón le paga. Tiene oficio, lo demuestra en la atención, y en su blanquísimo saco gastronómico. Pero... ¿qué opinión se formaría de mí, si al pasar con la bandeja rebosante de bebidas e infusiones, le pusiera el pie, haciéndole caer con todo el pedido, manchando su impecable uniforme. Y lo peor, riéndome a carcajadas de la situación?. ¿ Dejará explotar su furia, delatándose ante los augustos clientes ?.
Oh. Me cuesta, cada vez más, dominar los impulsos. Comprendan, no soy yo, verdaderamente, quien los pergeña. La culpa, en todo caso, corresponde a estos díscolos habitantes de lo profundo. Personajes de baja calaña, confabulados para hacerme quedar mal ante personas honorables.

El pulso, al fin, se me ha desbocado, temo volcar el contenido del pocillo, o incurrir en algo peor. Con pánico, siento un desdoblamiento del raciocinio, junto a la imprudente hilaridad que ciñe mi garganta.
Me disculpo, ya tartamudeando. Debo atender un compromiso impostergable, otro día continuamos la charla. Mozo, cóbrese.

Salgo, apresurado a la calle. Necesito inspirar el aire contaminado de la mega metrópolis. E insultar a transeúntes desprevenidos.
Siempre queda el recurso de correr, aunque las convulsiones de risa me resten eficacia.

Arlane