Estos húmedos lentes que portamos hacia el frente, no funcionan como los usuales pues describen la materia, emiten juicios respecto a lo captado y el promiscuo dueño actuará de acuerdo al dictamen del órgano en cuestión, eximiéndose de recordar su mortal categoría. Hay un ojo que segrega sabores a pasado, enseñanzas adquiridas delante de pizarras en serie. Hay otro, parpadeando futuros promisorios y promesas a incumplir. Jamás coinciden en los testimonios, pues el vehículo que los sostiene tampoco sabe de acuerdos. De allí procede este mundo, partido por el batallar que se libra en el interior. Caos de ambivalencias, donde no tiene lugar un indivisible y perdurable aspecto; además no conviene confiarse en semejante sitio. Tampoco el discurrir ajeno podrá considerarse como arribo a buen puerto, puesto que tiende a la contradicción flagrante y la impuntualidad sin previo aviso. De esa manera, cada idea propuesta cae en saco roto, entre pitos y flautas.
Siglos habrán de crepitar y abatirse sobre sí mismos, cubriendo con el polvo de eras dificultades semejantes a las que hoy nos afligen. Pero, en nuestra situación fugaz y frágil, son apropiadas las dos posibilidades de registro que oscilan sobre la faz perecedera, así contaremos con una chance para descifrar enigmas, y con llanto suficiente para lamentar inexorables fracasos. Cabe la eventualidad del vistazo póstumo para empezar a entender, aunque ya entonces el párpado vaya cayendo, sin prisa pero sin pausa, como telón de último acto sobre el escenario que se nos va quedando atrás.
imagen= Wojtek Siudmak