(en memoria del Ángel de la Bicicleta )
Pucho era un bohemio, o, si preferís, un loco lindo. Nunca le dio mucha bola al tema dinero, o a las comodidades del hiperconsumo. Andaba por la vida con lo puesto. Y eso que guita no le faltaba, sus libros eran esperados por el gran público lector, casi tanto, te diría, como los best sellers que venían de afuera, bah, de EE.UU., ¿me entendés?.
El flaco, con esa facha de hippie fuera de época, barba y pelo más largo que lo políticamente correcto, jeans o jardineros, algún gabán si pintaba el frío en invierno, boina o vincha para sujetar las lanas. Con esa pinta de campesino descolocado, vos vieras cómo escribía. Daba gusto, mirá, perderse algún partido en la tele o darle descanso a la patrona, para leerlo. Yo nunca fui fana de los libros, pero los de él me copaban. ¡Qué hijo de puta el tipo!, con elegancia y vuelo poético, te describía la situación del mundo, pero desde lo que nos pasa acá en la villa, sí, acá mismo, ¿podés creer?.
Arremetía contra el poder y la oligarquía, en defensa de los pobres. Les bajaba línea a los garcas dueños de compañías y barrios privados, demostrando cómo nos discriman, y usurpan lo que pertenece al pueblo. Te confieso, el flaco era un revolucionario, que en lugar de armas, en la mano tenía la lapicera cargada. Lo demostraba cada día, desde su manera de ser: solidario, desprendido, respetuoso de los demás a menos que fueran chantas. Y en lo que después escribía. Era distinto, por eso todos lo queríamos acá. Hasta el piberío se le arrimaba a escucharlo, o, nomás, para estar cerca. Dicen que desprendía una paz... ¿cómo te digo?, un aura que contagiaba tranquilidad. Y no amarrocaba las ganancias por sus obras, capaz, reservaba algo para el morfi, alguna salida con minitas, queséyo. Pero, la mayor parte, doy fe, la destinaba al comedor infantil. “Prana”, le puso. Fijáte, Prana, ¿qué mierda quiere decir?, le pregunté; y él me explicó que se trata de una sustancia que anda por el aire, nutritiva y armonizante, y, que no se puede ver con ojos humanos. “Entonces, ¿con qué lo mirás?, ¿con el culo?, juah juah”, le decía en joda. Así era el tipo, tenía esas cosas medio místicas. Pero, a los pendejos les daba de morfar todos los días, religiosamente. Tres comidas les hacía: desayuno, almuerzo, y merienda. Y les traía ropa usada, no tengo idea de dónde la sacaba, cuestión que domingo por medio, el loco aparecía con unas cajas grandotas llenas de pilchas, mochilas, útiles escolares. Sospechábamos que muchas cosas las compraba él, aunque nunca comentó nada, y, nosotros ni le preguntamos, ¿para qué?, saliera de donde saliera, nuestros pibes andaban vestidos y alimentados. Suficiente. Lo adorábamos al flaco, ¡qué personaje!.
Y vienen estos turros, no sé de donde, a cagarlo a tiros, como a un chorro. ¡A él!, el tipo más bueno del mundo...
Todo empezó porque cortamos la ruta, hartos de que nadie nos diera bola. Reclamábamos por el agua corriente, viste que las napas están contaminadas. Y por los semáforos, para que los chicos crucen hacia la escuela. También, contra el gatillo fácil, que esa semana se había cobrado otra joven víctima. En fin, una cantidad de cosas justas, vos sabés. Quemamos gomas, hicimos algo de quilombo, lo acostumbrado. Pero, parece que en alguno de los vehículos demorados, viajaba un juez o un comisario, andá saber. Y cayó la cana en un patrullero, al barrio. Como siempre con prepotencia, haciéndose los malos, amenazándonos. Esta vez, la negrada andaba caliente, así que los recibimos con una lluvia de piedrazos, les sacudíamos con lo que teníamos a mano. Ahí, la yuta se descontroló, empezó a disparar, al aire, supongo, porque nadie cayó. En ese momento jodido, sale, apurado, el flaco Pucho
a encarar a los ratis, para decirles que pararan, que estaban los pibes merendando y los podían herir.
¿No va el poli puto, y sin decir agua va, lo pone de un itakazo?. Le reventó el pecho al Pucho. Lo boleteó ahí, en medio de la calle, enfrente nuestro, el malparido. Entonces, todo se fue a la mierda, nos enardecimos; no sé cómo aparecieron los fierros, y les metimos bala pa’ que tengan. Así aprenden. Con nosotros no se jode, eh. Los cocimos a plomo y fuego, después dimos vuelta el patrullero, y lo incendiamos.
A todo esto, las mujeres y los chicos llorando, yo y alguno más, tratábamos de reanimarlo al Pucho.
No hubo caso, se nos murió entre las manos, tirado como un perro, en la calle frente al comedor, mirando el cielo...
¡Carajo!, no se merecía ese final. Es injusto.
Al menos, nos dejó la enseñanza de la solidaridad. Que si luchamos por algo, tenemos que hacerlo todos juntos. El individualismo no nos sirve, porque de a uno siempre vamos a perder.
Sí, ahora yo estoy a cargo del comedor. Mirá cómo sería el tipo, que ya tenía un acuerdo con el agente que le maneja los contratos con las editoriales, por si algo le pasaba, las ganancias por las ventas de los libros fueran a una cuenta, para el mantenimiento del comedor. A mí me nombraron administrador. Pero, te juro, así me estuviera cagando de hambre, no usaría nunca esa guita para mí.
“Es para los pibes”, como decía el Pucho.