El obstinado convento se empeña en burlar a transeúntes
llegados desde países que giran según los índices de empleo.
Sus murallones, atorados de plegarias a la luna, no hacen
más que dar a luz sacrificios sin solución de continuidad.
Pero ese señor policía, ese tótem, embretado en uniforme
de talle menor, ha de intervenir como demanda su rango,
para qué la autoridad sino. ¡ Espose agente del orden
a frailes y monjas culpables de tamaño desatino, haga valer
su autonomía cuasi virginal, supra humana !.
Bien, en vista del escenario impuesto ahora me sumo
con mejor actitud a la masa ciega de amaneceres que puebla
las calles de esta ficción llamada ciudad.
No soy nadie