evolucionaba el pájaro en picada hacia este páramo sin prestigio, procedente de soles demasiado fuertes para la estación. Era rojo rojo, como palmas de estío aplaudiendo a rabiar. Piando en trance, demandaba quizás un sitio donde dormir a pie firme y reposar esa vista de águila guerrera, ojos de rapiña en alturas donde faltan osamentas para ir picando. Observé que oteaba la superficie en flor, con cierta desconfianza por aquellos diminutos seres bípedos, prontos a cualquier barbarie. Creo que huía, pues detrás, mordiéndole el ala, evolucionaban nubarrones llenos de presagios en verde curso. Se anuncian tormentas de regular potencia y calamidad, dijo el locutor desde una piedra, advirtiendo que esta podría ser la última inclemencia antes del diluvio crucial que nadie profetizara. Dejé la mente vagar por aquellas formaciones de ataque, entonces advertí que traían escamas de tierras distantes donde pacer, ajenas al entendimiento y geografía de la época. Lanzando tentáculos de vapor negro, lloviendo a cántaros; también como el ave milenaria, buscando de qué ocuparse, de lo que falta, prana sideral que flota a gusto y piaccere. Volvamos al pájaro de súbito, que a muchos habrá parecido un objeto no identificado en misión de reconocimiento, pero yo no me dejo engañar tan fácilmente, aunque lo etéreo de sus formas llame a confusión. Descendida ya ante mi, dióse en preguntar: –hombre, tú que caminas sin más por estas tierras de las que ignoro señas particulares, ¿qué recomiendas para el descanso del que hace décadas me privo?–. Rescatándome del estupor propio a semejante contexto, di respuesta: –bueno, me encuentra en mal momento, pero si me apura le digo que allá donde apunta mi barba pueden verse bosques más que regalones; son como mares quietos pero al mirarlos con cuidado comprobará que contienen oleadas amarillas, de las que fosforan el ojo sino pestañea, también dará con tintes raros de encontrar, púrpuras de vergüenza o calor da lo mismo. Creo, por experiencia, que ese es un buen sitio para echarse una siesta sin final anunciado–. Así fue que el mitológico ser arrancó para allá, con la dificultad característica de quien no ha dormido en años, y que, habituado al planeo, debe por fuerza hechar a andar. Iba tomando impulso y violetas al paso como quien no quiere la cosa, y uvas carmesí con tanto jugo para amamantar. En una sola pieza aún, pude advertir de reojo por si las moscas, su destreza para emplumar en tono azabache supremo la longitud de baldíos al poniente, y luego ir pergeñando un nido con madreselvas y retazos de lo que vendrá; ¡qué paciencia de telares, qué refugio para una vejez ciruela!. Ahí ciertamente se producirá un alto en el periplo que lo ocupa desde pichón. No sé porqué me puse radiante, mientras regresaba con paso lento pero seguro, rumbo a los aposentos de la orden de los descalzos en vilo, para caer de hinojos por el mutis del cielo ante tamaño quehacer.
Arlane
imagen= Felix Pinchi Aguirre